“Capítulo 5: ¿Hacia una humanidad
sin humanidades?”
Entendemos
por Humanidades todas aquellas disciplinas que estudian el comportamiento, la
condición y el desempeño del ser humano, por oposición a las Ciencias Naturales
que basan su estudio en el análisis de la naturaleza y de los fenómenos
relacionados con ella. Las Humanidades, también conocidas como Ciencias
Sociales, se interesan por el estudio de elementos vinculados a la cultura, a
la religión, al arte, a la comunicación y a la historia.
La
palabra Humanidades proviene del latín, humanitas, que hace clara referencia al
ser humano (y a todos sus logros) como eje de estudio. A lo largo de la
historia, las Humanidades siempre han sido desarrolladas y profundizadas por
diferentes eruditos[1] y pensadores
que buscaban comprender el comportamiento y la condición del hombre por fuera
de los hechos empíricamente[2]
delimitables.
La
separación entre cultura científica y cultura literaria es un fenómeno que no
se inicia hasta finales del siglo pasado para luego consolidarse en el nuestro.
Para Charles Percy Snow, la "cultura científica" representa la
modernidad, el futuro, y la "literaria" es la cultura tradicional,
que, ciega y sorda a las formidables transformaciones operadas en la vida
social por los descubrimientos científicos y las innovaciones de la técnica,
pretende ingenuamente encarnar ella sola la cultura con mayúsculas y
"administrar la sociedad occidental".
La
descripción científica posee una finalidad práctica: explicar o informar sobre
algo que es o ha sido. La atención y el interés del autor se centran, sobre
todo, en la realidad, en el objeto que se describe. La descripción científica
se caracteriza por la objetividad, la precisión, el carácter exhaustivo de los
datos y la claridad con la que se exponen. La descripción literaria posee una
finalidad estética. La atención del autor se centra ahora en el mensaje, y no
tanto en el objeto o referente que se describe. La descripción literaria se
caracteriza por la subjetividad y la expresividad del lenguaje que se utiliza.
Ahora
bien, poco importa en el último extremo lo que se enseñe, con tal de que se
despierte la curiosidad y el gusto de aprender. La curiosidad es una actitud
ante las cosas nuevas, desconocidas o poco usuales.
Si
la motivación se centra sobre todo en la posibilidad de que los alumnos se vean
movidos a prestar atención, la curiosidad describe cómo prestan esa atención.
Es un modo de mirar la realidad descubriendo lo sorprendente y generando
preguntas sobre ello y deseando saber más. La motivación depende mucho del
objeto que la despierta, pero la curiosidad inicialmente está más ligada a una
disposición del ánimo, al grado de receptividad hacia lo que percibimos y cómo
esto nos engancha en el momento inicial de aprendizaje. No es cuestión del ¿qué?,
sino del ¿cómo?
El
papel del profesor es fundamental y por tanto debe estar comprometido, en sus
manos está el “cómo” enseña. La función del profesor no puede reducirse a
impartir conocimientos, y a ejercer autoridad en el aula, necesariamente tiene
que relacionarse y comunicarse con sus alumnos, brindándoles afecto y
seguridad.
Es
decir, si empezamos por entender, que como docentes tenemos en nuestras manos a
un sujeto, a un ser humano para colaborar, apoyar, participar o influir, en su
educación y en su formación, podremos comprender la esencia de nuestro
compromiso docente que radica, no sólo en nuestra formación, sino,
fundamentalmente en las tareas desarrolladas diariamente en el aula enfocadas a
lograr la generación de un cambio conductual en los alumnos que están en
nuestras manos y bajo nuestro ejemplo.
Tal
vez una de las razones de la ineficacia docente es la pedantería pedagógica,
esta exalta el conocimiento propio por encima de la necesidad docente de
comunicarlo. La pedantería pedagógica, de muchos maestros cuya falta de
humildad agobia y anula los deseos de aprender del ya mal estimulado alumno. El
pedante no abre los ojos a casi nadie, un origen común del pedantismo es que
gran parte de los profesores fueron alumnos demasiados buenos de las
asignaturas que imparten. El profesor que quiere enseñar una asignatura tiene
que empezar por suscitar el deseo de aprenderla.
La
humildad del maestro consiste en renunciar a demostrar que uno ya está arriba y
en esforzarse por ayudar a subir a otros. Lo primordial es abrir el apetito
cognoscitivo del alumno. La palabra cognoscitivo es un adjetivo que
generalmente se usa para describir a aquel que es capaz de conocer y
comprender. Especialmente el
desarrollo cognoscitivo o cognitivo se centra en los procesos de pensamiento y
en la conducta de aquel que refleja estos procesos y es algo así como el
producto de los esfuerzos que emprenderá un niño por comprender y actuar en el
mundo y en el contexto en el cual le tocó desarrollarse.
La
función de la mente es investigar y aprender. Aprender no es el simple cultivo
de la memoria o la acumulación de conocimientos, sino la capacidad de pensar
clara y sensatamente sin ilusión, partiendo de hechos y no de creencias e
ideales. No existe el aprender si el pensamiento se origina en conclusiones
previas.
La
mente que no ha cultivado otra cosa que la capacidad por medio de la memoria es
como un ordenador, el cual, a pesar de que funciona con una habilidad y
exactitud asombrosas, sigue siendo solamente una máquina. Sin embargo no hay
inteligencia sin memoria, ni se puede desarrollar la primera sin entrar y
alimentar también la segunda.
Otra
tarea principal que debe fomentar el docente es el espíritu crítico. Espíritu
crítico significa realizar análisis, emitir opiniones y establecer juicios
sobre una determinada idea o concepto. No debería ser utilizado en relación con
el ataque, la reprobación y el reproche, pero tampoco es conveniente utilizarlo
como sinónimo de aprobación en sentido adulatorio.
Finalmente,
un docente no solo tiene que fijarse en lo científico. El hablar de una educación de calidad implica
que los docentes seamos personas pensantes y comprometidas con la educación
misma (evolución teórica y práctica), con los avances de la ciencia y la
tecnología, y con la evolución de los procesos sociales. Debemos partir del
análisis y la reflexión personal sobre el contexto que nos toca vivir, a fin de
que podamos conformar nuestras concepciones propias del hombre y de la
sociedad, que conforman un marco de referencia para la mejor realización de
nuestra tarea docente.
Además de lo anterior, no debemos
olvidar que la educación es un proceso esencialmente social, y por lo tanto no
puede construirse individualmente, sino que requiere de la participación y el enriquecimiento
del trabajo colectivo, la consulta, la retroalimentación de los colegas e
incluso de los puntos de vista de los alumnos, que pueden darnos ideas u
orientarnos en el desarrollo de nuestra tarea docente y el cumplimiento de
nuestro verdadero compromiso ético.
Por
lo precedente, que aún sigamos poniendo en duda la importancia del aspecto
humano en la relación educativa es por lo menos inapropiado. Que el
profesionalismo docente no se desarrolle en deterioro de nuestra humana
profesionalidad. Y como sostiene el single de Jorge Drexler[3]:
“Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay
otra norma, nada se pierde, Todo se transforma, todo se transforma” En
definitiva, como en tantas otras cosas sólo se trata de ser más humanos.
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